Queridos Hermanos:
En el episodio de la Transfiguración podemos palpar la presencia de las tres divinas personas. Mientras el Hijo muestra su rostro luminoso, el Espíritu en forma de nube cubre el monte y el Padre hace sentir su voz. Los apóstoles al escucharlo se postran rostro en tierra llenos de temor. Jesús les dice “Levàntense, no tengan miedo.” Y es justamente sobre esta frase que hoy podemos fundar nuestra reflecciòn.
Antes la manifestación divina el hombre descubre la propia poquedad. Todos los santos se han caracterizado por vivir la virtud de la humildad. Quien ha tenido un encuentro personal con el Senior comienza a entender cuan grande es su amor y que poco merecedores de el somos.
De ahí que no existe motivo para tener miedo a Dios. Por eso Jesús lo recuerda a los apóstoles, no deben tener miedo. Pero es verdad que existen sobradas razones para tener miedo. Si sabemos que no debemos de tener miedo de Dios, quien es entonces la causa de nuestros miedos, de nuestras angustias y sufrimientos.
La causa de todos los males es el pecado y nosotros somos pecadores. Es el hombre a quien debemos de temer, somos nosotros mismos la fuente de nuestro miedo. Somos capaces de lo mejor y de lo peor, tenemos madera como para ser grandes santos o grandes criminales.
La cuaresma, a través de las obras de penitencia, nos pone frente a nuestros pecados. Es así que podemos comprender como nuestro obrar ha sido causa de sufrimiento de otros y de nosotros mismos. La penitencia no es simplemente un conjunto de actos para “aplacar” a Dios, sino reconstruir lo que nuestras malas obras destruyeron. La cuaresma nos invita a enmendar el daño, a sanar las consecuencias de nuestro pecado.
Comenzamos la segunda semana de la cuaresma poniéndonos frente al espejo de nuestra conciencia. Recordando que tenemos un Dios misericordioso y justo, que nos ama con locura. Levantèmonos y no tengamos miedo de cambiar, de pedir perdón, de hacer penitencia.
Hasta el Cielo.
P. Cèsar Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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