Cuando nos enfrentamos a la muerte de alguien a quien amamos, nos enfrentamos a uno de los dolores más profundos que se pueden experimentar. Cierto es que hay muchas maneras distintas de expresarlo, pero es siempre el mismo dolor. Y creo que no exagero cuando afirmo que no es sólo interior porque es tan sensible como el dolor que puede producir un golpe. No mienten quienes usan la expresión "me desgarra el alma".
También son distintas las reacciones que nos produce una pérdida así. Hay quien llora a escondidas y quien lo hace en público, no porque quiera dar espectáculo, sino porque es incapaz de contener las lágrimas. Están los que desean ser confortados, acompañados y quienes prefieren la soledad. Unos, los más fuertes, logran reponerse pronto y continuar el camino, y otros simplemente se derrumban y nunca vuelven a ser los mismos. Pero nadie puede pensarse exonerado o inmune ante el dolor de la muerte de un ser querido. Sólo quien no ama no llega a sentir ese dolor.
Por eso ese dolor esconde una belleza interna. Sólo cuando penetramos en sus entrañas podemos descubrirla. Y es que nuestra pena hunde sus raíces en lo más noble, lo mejor que tiene el género humano, que es el amor. Cuando nos enteramos de la partida de alguien que llevamos en el alma, de inmediato nuestra mente se llena de recuerdos. Vienen a la memoria los momentos felices compartidos, el abrazo, las palabras, pero sobre todo la presencia. Esa presencia que la muerte nos ha arrebatado y de la cual no podremos ya disfrutar.
Y el dolor no termina ni con el funeral, ni con el luto. Nadie podrá reemplazar quien hemos perdido, porque todos somos insustituibles. Y ese dolor nos acompañará siempre, aunque con menos intensidad. Pero siempre será la prueba del amor, de la huella que cada ser que amamos nos deja en el alma. Nunca más volveremos a ser los mismos, nos cambiaron cuando llegaron a nuestras vidas y nos cambiaron cuando se fueron.
Yo no le tengo miedo al dolor, al llanto y al recuerdo de mis difuntos amados. Cada vez que vienen a mi memoria los disfruto, los recuerdo con afecto, los añoro y muchas veces los lloro. No me averguenzo de ello porque sé que es la prueba de que los sigo amando, aunque hace años que no los he podido ver. Sé que ellos me miran.
Cierto es que dicen "en vida hermano, en vida", pero el amor no termina con la muerte. En Dios ponemos nuestra esperanza, en Él que nos reunirá en el Cielo. Allá podremos volver a disfrutar de la presencia de nuestros seres amados eternamente, porque ya no tendremos que temer la muerte.
A mi abuelo Nino que me espera en el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
Que puedo decirte "caro" hijo mío! gracias por acordarte de mi padre, de esa manera tan linda, sincera y amorosa.Me he emocionado mucho. El te quería con todo su corazón italiano y yo te ví pasar con él muchos momentos, junto a plantas, flores y animales que fué lo que los unió fuertemente. No me queda ninguna duda en absoluto, que él te está esperando en el cielo con los brazos abiertos.Te quiero muchisimo y te mando un abrazo inmenso.Forza ragazzi!!!
ResponderEliminarPadre, muchas gracias por estas palabras, me sirven de mucha ayuda cuando vamos a orar por un ser que va al encuentro del Señor. Muchas veces la familia queda destrozada sin saber que hacer y hay estamos los laicos para llevar mensajes de fe, que el familiar ya está en presencia de Dios. Bendiciones padre César.
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