Reflexionando el Evangelio: Dispuestos a todo - Domingo IV del Tiempo Ordinario

Queridos Hermanos:

Cuando hablamos de amor no hablamos de medias tintas. "A quien quiere su celeste, que le cueste" dice el refrán y es muy cierto que la felicidad no la alcanza quien no está dispuesto a darlo todo por el Todo. Bienaventurados, dichosos, felices quienes viven sólo para Dios, sin importar las dificultades que eso pueda significar.

De todas las bienaventuranzas parece ser la primera, la que hoy viene subrayada. Y es en la antífona del salmo que la hemos repetido, como para que se nos quede en la memoria. "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos".

Dios nos ama en plenitud, como si cada uno de nosotros fuera el único ser humano existente. Nos ama como a Cristo, su Unigénito. Y ese amor total merece una respuesta similar. Nuestro corazón, nuestra fe, nuestra confianza en Dios debe ser total, no la podemos dividir. El que es pobre de espíritu ha puesto todo en segundo plano, para darle su corazón a Dios.

Quien pone su confianza en sus propias capacidades, en sus bienes materiales, en las personas que le rodean, va dividiendo su corazón. Su confianza no está toda en Dios, por lo tanto no es pobre de espíritu. No lo espera todo de Dios, porque su esperanza, su seguridad está repartida.

Decía la Beata Madre Teresa de Calcuta "Sólo quien no tiene nada está dispuesto a recibirlo todo". Esa es la auténtica pobreza espiritual, renunciar a todo, desprendernos de todo para poner toda nuestra confianza en Dios. Entónces estaremos bien dispuestos para recibir el Reino de los Cielos.

Esa libertad y esa confianza absoluta en Dios nos darán la capacidad de estar dispuestos a todo por amor a Dios. Y será ese el punto de partida para poder vivir las demás bienaventuranzas, asumiendo nuestra misión en el mundo.

Hasta el Cielo.

P. César Piechestein

elcuradetodos ... ustedes