"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

lunes, 4 de octubre de 2010

De la tierra al Cielo XXIX - Justicia Divina

Cuando, así como hoy, celebramos en la Iglesia la memoria de un gran santo, mientras veo frente a mi este pequeño grupo de fieles ancianos y de religiosas, me viene un pensamiento insistente. Celebrando a los grandes santos, quienes hicieron cosas magníficas en servicio de la Iglesia, quienes vivieron la caridad en grado heróico y se robaron no sólo el corazón de Dios, sinó también el de los hombres, podríamos pensar que sólo quien es capáz de tan grandes hazañas puede ser premiado por Dios.

Me sucede, por ejemplo, cuando me siento a charlar con una mujer anciana que vive conciente de que su vida está cercana a su fin. Ver en ella las marcas de una vida que se ha desgastado en servir a su esposo y a sus hijos. Comprobar a través de sus palabras cómo pudo asumir las pruebas y dificultades que le tocó vivir, sin descuidar su vida de fe en su relación cotidiana con Dios. Descubrir como aún ahora con todas las molestias que le procura su enfermedad y la soledad en la que vive, no deja de agradecer a Dios cada bien que de su mano recibe, me hace pensar en la justicia divina.

Casi siempre cuando escuchamos el término “justicia divina” nos viene la idea de un Dios juez, una imagen que a lo mejor se remonta a nuestra niñez, cuando nuestros padres nos recomendaban que nos portásemos bien porque sinó Dios nos iba a castigar. Quizás por eso al pensar en la justicia de Dios nos quedamos sólo con la idea del castigo o de la penitencia que acarrean nuestros pecados.

Creo que debemos comprender mejor lo que significa la justicia divina. Primero recordemos que justicia es dar a cada quien lo que le corresponde. Dios es perfecto y por tanto su justicia es perfecta. Cierto es que la Iglesia canoniza a los más insignes hombres y mujeres , pero no significa que no existan millones de hermanos y hermanas nuestros que viven en fidelidad cotidiana a Cristo. Para ellos también ha preparado el Señor una corona, para ellos también está reservada una morada en el Reino de los Cielos.

Al final de nuestra vida terrena nos espera un encuentro con el Sumo Justo Juez. El nos dará lo que hayan merecido nuestras obras. Cuando pensamos en la justicia divina no nos quedemos sólo en la parte negativa, recordemos que así como habrá castigo para quien vivió apartado de la ley de Dios, habrá también un premio para los que vivieron haciendo Su Voluntad. Basta con cumplir cada día con nuestro deber y hacerlo con todo el amor que tenemos por Dios. Bien decía la beata madre Teresa de Calcuta “Amar no es hacer cosas extraordinarias, sino hacer las cosas ordinarias con extraordinario amor”.

Hagamos lo que sea que Dios nos pida, sea ordinario o extraordinario, mientras sea lo que dicta Su Voluntad, nos vendrá premiado pues podremos verlo cara a cara y gozar de su compañia por toda la eternidad.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

No hay comentarios:

Publicar un comentario