"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

viernes, 22 de octubre de 2010

Reflexionando el Evangelio - Domingo XXX del Tiempo Ordinario

Queridos Hermanos:

Dios no es complicado, pero nosotros muchas veces nos complicamos la vida y pensamos en complicarlo a Él. Cuando se trata de orar Jesús nos da en la oración del publicano, una síntesis de la oración auténtica, aquella que llega a conmover a Dios. Mientras el fariseo, después de su larga exposición, regresó a su casa tal como había salido, el publicano volvió justificado, es decir perdonado, reconciliado con Dios, gozando nuevamente de su amistad.

"Oh Dios, ten piedad de mi, que soy un pecador", clara y contundente oración. Creo que podemos sacar de esta frase tres ideas, que serían las características propias de la oración auténtica.

Al decir "Oh Dios" el publicano reconoce que es al Creador, al Todopoderoso, a quien se está dirigiendo. No podemos nunca olvidar esta verdad. Cuando nos ponemos en oración debemos de tener siempre presente que es a Dios a quien nos vamos a dirigir. Él está presente y atento, pero no es cualquier persona, es nuestro Padre, es el Redentor, es el Santificador, es la Santísima Trinidad que escucha nuestro ruego. Tener esto presente nos dará la actitud correcta, la devosión necesaria y la reverencia que Dios merece.

"Ten piedad de mi" es la segunda parte. Varias veces le dirigieron a Jesús esta frase. Los leprosos, el ciego Bartimeo y tantos otros que le salieron al encuentro. Tenían fe en Él, sabían que Él les podía socorrer es su situación, en su necesidad. Nunca dejó Jesús a nadie con las manos extendidas. No hace falta hacer la lista de nuestras necesidades, para Él que conoce hasta el número de los cabellos de nuestra cabeza, eso no es necesario. Basta con hacerle saber que todo lo esperamos de Él.

"Que soy un pecador". Concluye el publicano haciendo un reconocimiento de su propia persona. Quien soy yo delante de Dios sino un pecador, una creatura que ha sido infiel tantas veces, que no sabe amar a su Dios como se merece. Implícito en ese reconocimiento está la petición de perdón. Si quiero ser recibido, si quiero ser escuchado y perdonado, debo reconocer mi poquedad, como la pecadora que con sus lágrimas bañó los pies de Jesús. Sin palabras, pero con ese gesto concreto, mostró junto a su arrepentimiento, también su amor.

Sabemos perfectamente cual es la importancia, o más bien la necesidad que tenemos de orar. Hoy Jesús nos enseña a orar bien, a hacer de nuestra oración un momento de encuentro con Dios, de diálogo profundo. Él nos hablará al corazón, basta querer escuchar.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

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