La oración es a nuestra relación con Dios, lo que el diálogo es a nuestra relación con el prójimo. Si no la tenemos como prioridad en nuestra vida, jamás llegaremos a conocer al Señor. El viernes hemos celebrado la fiesta de Santa Teresa de Ávila, una de las más grandes místicas de la Iglesia. Fue gracias a la riqueza de su oración que hoy es doctora de la Iglesia y gracias a esa comunicación profunda con Dios que pudo dejarnos escritos extraordinarios y ser fundamento de la reforma católica.
Hoy el Evangelio nos recuerda dos grandes verdades sobre la oración: la perseverancia y el saber pedir.
La mujer de la parábola nos enseña cómo a través de su perseverancia pudo lograr ser atendida. Debemos comprender que a través de nuestra perseverancia logramos demostrar humildad y fe. Humildes porque no somos caprichosos ni impacientes. Sabemos que no somos dignos de respuestas instantáneas, que Dios no está para acatar disposiciones nuestras. Y junto a la humildad mostramos también nuestra fe, pues continuamos pidiéndole a Él y sólo a Él, porque reconocemos que nadie más tiene su poder. “A quién iremos Señor, sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
En segundo lugar, la mujer pedía justicia. No era una cosa superflua ni una simplicidad. Era algo importante y se lo pedía a la persona adecuada. Nosotros hemos de tener en cuenta este principio a la hora de pedir algo al Señor. Podemos aprender a pedir cuando la Iglesia pide. Las preces de la Misa son siempre una buena lección. Pedir cosas espirituales, pedir el bien mayor para todos.
Queridos amigos recordemos que Santa Teresita del Niño Jesús decía que la oración es la respiración del alma. No pensemos en ella sólo como un instante para pedir lo que nos parece necesario. Así como el cuerpo respira todo el tiempo, nuestra alma necesita respirar también. Que cada momento de nuestra vida está empapado por la oración. No sólo hemos de pedir, sino también agradecer, alabar, contemplar.
Termino recordándoles que así como la oración es la respiración del alma, la Eucaristía es su alimento. No descuiden la nutrición de sus espíritus. Cada día pueden regalarse con ese manjar de ángeles que los espera en cada Misa.
Hasta el Cielo.
P. Cèsar Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
Hoy el Evangelio nos recuerda dos grandes verdades sobre la oración: la perseverancia y el saber pedir.
La mujer de la parábola nos enseña cómo a través de su perseverancia pudo lograr ser atendida. Debemos comprender que a través de nuestra perseverancia logramos demostrar humildad y fe. Humildes porque no somos caprichosos ni impacientes. Sabemos que no somos dignos de respuestas instantáneas, que Dios no está para acatar disposiciones nuestras. Y junto a la humildad mostramos también nuestra fe, pues continuamos pidiéndole a Él y sólo a Él, porque reconocemos que nadie más tiene su poder. “A quién iremos Señor, sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
En segundo lugar, la mujer pedía justicia. No era una cosa superflua ni una simplicidad. Era algo importante y se lo pedía a la persona adecuada. Nosotros hemos de tener en cuenta este principio a la hora de pedir algo al Señor. Podemos aprender a pedir cuando la Iglesia pide. Las preces de la Misa son siempre una buena lección. Pedir cosas espirituales, pedir el bien mayor para todos.
Queridos amigos recordemos que Santa Teresita del Niño Jesús decía que la oración es la respiración del alma. No pensemos en ella sólo como un instante para pedir lo que nos parece necesario. Así como el cuerpo respira todo el tiempo, nuestra alma necesita respirar también. Que cada momento de nuestra vida está empapado por la oración. No sólo hemos de pedir, sino también agradecer, alabar, contemplar.
Termino recordándoles que así como la oración es la respiración del alma, la Eucaristía es su alimento. No descuiden la nutrición de sus espíritus. Cada día pueden regalarse con ese manjar de ángeles que los espera en cada Misa.
Hasta el Cielo.
P. Cèsar Piechestein
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