Hoy el Evangelio nos recuerda que Jesús es una persona y que su Sagrado Corazón tiene sentimientos divinamente humanos. Lo podemos asegurar luego de ver cómo se lamenta al ver que sólo uno de los diez leprosos que sanó, regresó a darle gracias y a alabar a Dios por el bien recibido.
Si alguien no es capáz de agradecer el bien recibido da a pensar varias cosas. Puede ser que sea un soberbio que piensa que eso que ha recibido se lo merecía, que lo alcanzó por mérito propio y que por tanto no hay nada que agradecer. Puede darse el caso de que simplemente no piense que eso que ha recibido sea de mucho valor y por tanto no amerita agredecerse. Todavía una tercera posibilidad, quizás la que hace menos culpable, sería la de quien ni siquiera se ha dado cuenta del bien que recibe y por lo tanto sigue tan campante.
Cualquiera de las tres opciones no hace justicia al benefactor. Tantas veces recurrimos a Cristo en nuestras necesidades, como lo hicieron los diez leprosos. Al parecer sólo uno fue capaz de tratar a Cristo como persona. Los demás al parecer lo "instrumentalizaron", para ellos era sólo una cosa, algo que se usa y luego se abandona.
Jesús reclama esa injusticia. No quiere ser tratado como un objeto. Hoy nos da la oportunidad de reflexionar sobre cómo es nuestra relación con Él. ¿Será verdad que lo tratamos como un amigo, como nuestro maestro o nuestro hermano mayor?
Jesús en la Eucaristía está tan vivo como en aquel entonces. No basta con pensarlo, tenemos que creerlo. No es justo que sólo nos acordemos de Él cuando tenemos alguna urgencia. Él nos espera siempre en el Sagrario y no sólo para devolvernos la salud como a los diez leprosos, sino para darnos la salvación que sólo aquel samaritano pudo recibir, porque regresó a agradecer y a alabar a Dios. Si quieres el mismo premio, haz lo mismo que hizo él.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
Si alguien no es capáz de agradecer el bien recibido da a pensar varias cosas. Puede ser que sea un soberbio que piensa que eso que ha recibido se lo merecía, que lo alcanzó por mérito propio y que por tanto no hay nada que agradecer. Puede darse el caso de que simplemente no piense que eso que ha recibido sea de mucho valor y por tanto no amerita agredecerse. Todavía una tercera posibilidad, quizás la que hace menos culpable, sería la de quien ni siquiera se ha dado cuenta del bien que recibe y por lo tanto sigue tan campante.
Cualquiera de las tres opciones no hace justicia al benefactor. Tantas veces recurrimos a Cristo en nuestras necesidades, como lo hicieron los diez leprosos. Al parecer sólo uno fue capaz de tratar a Cristo como persona. Los demás al parecer lo "instrumentalizaron", para ellos era sólo una cosa, algo que se usa y luego se abandona.
Jesús reclama esa injusticia. No quiere ser tratado como un objeto. Hoy nos da la oportunidad de reflexionar sobre cómo es nuestra relación con Él. ¿Será verdad que lo tratamos como un amigo, como nuestro maestro o nuestro hermano mayor?
Jesús en la Eucaristía está tan vivo como en aquel entonces. No basta con pensarlo, tenemos que creerlo. No es justo que sólo nos acordemos de Él cuando tenemos alguna urgencia. Él nos espera siempre en el Sagrario y no sólo para devolvernos la salud como a los diez leprosos, sino para darnos la salvación que sólo aquel samaritano pudo recibir, porque regresó a agradecer y a alabar a Dios. Si quieres el mismo premio, haz lo mismo que hizo él.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
No hay comentarios:
Publicar un comentario