Se acerca el tiempo de exámenes y se nota la tensión en cada estudiante. No puede ser de otra manera cuando uno se siente presionado por el deber de dar razón de los conocimientos adquiridos, hora de rendir cuentas a maestros y padres de familia. Y es que nadie quiere quedarse de año, ni tampoco quedar mal delante de los demás. Ante semejante situación sólo queda un camino: aplicarse al estudio.
De las experiencias estudiantiles e incluso profesionales más estresantes hemos de subrayar el momento del examen. Son muchos los factores, pero quizás el mayor sería la posibilidad de perder. Perder al año, perder la oportunidad de trabajo, perder la buena opinión que los demás tienen de uno (ganada con tanto esfuerzo). Todo eso sumado nos hace temer el tiempo de evaluación y nos obliga a un esfuerzo mayor, sobre todo previo a rendir examen.
Todo esto me lleva a pensar en el más trascendental de los exámenes, aquel que tendremos que dar ante el mismo Dios. El día del juicio nos tocará rendir cuentas de lo aprendido en nuestra vida, de nuestro aprovechamiento. Y es que, así como el tiempo de estudios, el tiempo de vida tiene un límite luego del cual tendremos que demostrar lo aprendido, en la teoría y en la práctica.
El tiempo de adviento se asemeja al período previo a los exámenes. La Iglesia nos pide que nos apliquemos al estudio, al autoexamen, recordándonos que Cristo volverá para juzgarnos a todos. Cierto que así como los buenos estudiantes estudian todo el año y no sólo los días antes de los exámenes, los buenos cristianos están siempre preparados para dar cuentas de su vida. Pero como no todos son tan buenos alumnos, es necesario recordar a los más flojos que hay que aplicarse. Ojalá nos sintamos todos aludidos y no dejemos pasar sin fruto estos días previos a la Navidad. Porque cuando se trata del plano espiritual no hay posibilidad de exámenes supletorios.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
Asi es... toca ahora dar nuestros examenes ;)
ResponderEliminar