Los católicos que nos decimos practicantes y que procuramos participar activamente en la Iglesia tenemos ciertos pedidos que repetimos con frecuencia. En la oración común repetimos muy seguido dos peticiones importantes: pedimos por la conversión del mundo y pedimos por las vocaciones sacerdotales. Ciertamente siendo el objetivo esencial de la Iglesia la salvación de las almas, no podemos dejar de orar por la conversión de todos. Y pretender que esa conversión llegue a ser realidad sin la intervención de los sacerdotes, administradores de los sacramentos, es impensable.
Sin embargo hay un dicho muy repetido que dice: “A Dios rogando y con el mazo dando” que creo nos ayudará a revisar el “còmo” de nuestra oración. Porque es cierto que hemos de orar siempre, pero también es cierto que nuestra oración además de constante debe de ser sincera y acompañada de la coherencia entre lo que pedimos y lo que somos.
Nos puede pasar que, como decía al principio siendo católicos practicantes, nos parezca que nos tenemos que preocupar de la conversión de los demás y nos descuidemos de la nuestra. Sería sincero orar para que otros se conviertan mientras yo hace rato que me siento muy conforme y pagado de mi mismo. Tengo que recordar que cuando rezo por la conversión de los pecadores yo estoy incluido dentro del conjunto. Por supuesto que debo rezar porque toda la humanidad viva en comunión con Dios, pero mientras estoy luchando en una conversión personal constante.
Se dice que San Juan Bosco tuvo una visión que le permitió conocer que de los jóvenes que Dios llama al sacerdocio, sólo el 10% responde a la llamada. Todos hemos de obedecer al mandato del Señor “Oren al dueño de la mies que envíe obreros a sus campos” y de ahí que sea una constante en nuestras comunidades la oración por las vocaciones. En realidad lo que pedimos no es que Dios llame a más jóvenes, puesto que Dios llama a todos los que son necesarios. Lo que pedimos es que los llamados sean generosos y dóciles a la llamada. Y una vez más nos tendríamos que cuestionar porque podemos pedir que otros sean generosos y dóciles a la voluntad de Dios si nosotros no lo estamos siendo. Porque Dios nos manifiesta su voluntad todos los días y hay que ver que muchas veces nos hacemos los sordos.
Creo que el principio queda muy claro: no es coherente pedir que los demás hagan aquello que yo no me esfuerzo por hacer. Sigamos rogando al Señor y al mismo tiempo procuremos aprovechar las gracias que nos brinda cada día. Seguro que así nuestra oración será más digna y fecunda.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos … ustedes
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