Queridos Hermanos:
Nuestras celebraciones navideñas se han convertido en celebraciones muy poco centradas en lo espiritual, parece que el aspecto religioso ha pasado a segundo plano. El Evangelio nos recuerda el verdadero motivo de la alegría y la paz, que no tiene relación directa no con los regalos, ni con la cena, ni con el bendito Papá Noel. Y es del nacimiento de Cristo, de la encarnación del Verbo, de Dios que se hace hombre para redimirnos, que surge la felicidad cristiana.
Pero si la fiesta sigue teniendo como motivo el nacimiento del Niño Dios, habría que cuestionarse por qué para muchos ha perdido significado. En mi opinión hay una sola razón y es no sentirse amado. Porque todos comprendemos, más o menos, que Dios nos ama y que ha sido por amor que se ha encarnado y ha nacido en Belén. Pero no todos hemos sentido ese amor, no todos hemos hecho la experiencia del amor de Dios.
Una persona que se siente amada se distingue claramente. Transmite una alegría serena y no se derrumba ante las dificultades. Mantiene un optimismo, característico de quienes confían en la Providencia, de quienes se saben guiados por una mano invisible. Pero sobre todo son personas que aman y son, por lo tanto, fáciles de amar.
Quien, en cambio, no se siente amado, lleva una vida gris. Transmite amargura y muchas veces inclusive desesperación. Experimenta un vacío constante, lo que le hace estar siempre intranquila, buscando algo para llenarse. Y la Navidad, con su oferta de paz y amor le resulta muy atractiva. El problema es que se enredan en lo externo y siguen ignorando que es lo espiritual lo que hace la diferencia.
Dios nos ama y de eso no cabe duda, pero tenemos que abrir nuestro corazón para poder experimentar su amor. El tiempo de Navidad nos brinda muchas oportunidades. La alegría de la liturgia nos ayuda a revivir los días de la infancia y a recordar lo aprendido en el catecismo. La contemplación del pesebre, que es mucho más que un lindo adorno, nos ayudará a recordar la prueba del amor de un Dios que se hizo Niño, basta darle el tiempo necesario a la meditación de tan gran regalo. Una confesión bien hecha, con verdadero dolor de nuestros pecados, nos hará experimentar el perdón de Dios, y sabemos bien que quien perdona, ama. Y sobre todo, la comunión eucarística. Recibir al mismo Dios que no conforme con hacerse hombre, quiso también hacerse Pan. Todos caminos seguros para sentirnos amados por Él.
No es suficiente con renunciar a los regalos o al banquete, quizás no sea ni siquiera necesario. Lo que urge es recorrer el sendero que nuestra Madre la Iglesia siempre nos propone y que millones a lo largo de la historia han recorrido y siempre con el mismo fruto: una vida feliz.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos … ustedes
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