Hace muchos años me enseñaron que cuando uno le pide a Dios una virtud (en mi caso la paciencia), no te da la virtud como algo que se puede recibir instantáneamente, sino que te brinda las oportunidades necesarias para poder adquirir esa virtud. Creo que todos tenemos claro que Dios es Padre, pero no es paternalista y además es el mejor de los maestros. Y de ahí tendríamos que partir cuando nos pone un verdadero desafío.
Sabemos bien que toda “la ley y los profetas” se compendian en un solo mandamiento: el del amor. Amar a Dios no debería ser una tarea difícil, puesto que es el más amable de todos. Amar al prójimo como a uno mismo es ya harina de otro costal, porque no siempre nos es tan fácil. Y si pensamos que debemos también amar a nuestros enemigos, la cosa se pone color de hormiga.
¿Pero quién es nuestro enemigo? De seguro pasarán por nuestra vida personas que nos hagan daño, pero que no son ni serán parte de la misma. El verdadero problema se produce cuando hablamos de quienes amábamos, quienes siendo parte importante de nuestra existencia un día cometieron el error de hacernos sufrir. Esos son los que reconocemos como enemigos.
Amar a quien nos ha hecho daño, quien ha sido la causa de un gran sufrimiento, es un desafío bastante grande. De ahí que sea también una extraordinaria oportunidad para adelantar en la virtud más importante: la caridad.
Hace pocos días hemos celebrado la fiesta de San Esteban, distinguido por su fe inquebrantable, tanto como para convertirse en el primer mártir. Pero junto al testimonio de su fe nos ha dejado el de su caridad. Al mismo tiempo que le llovían las piedras, oraba a Dios pidiendo el perdón de sus verdugos. Y en semejantes circunstancias no podemos pensar que fuese algo fingido. Y es que el perdón es la principal manifestación de amor a un enemigo.
Cuando Cristo nos manda amar a nuestros enemigos es precisamente porque sabe que es lo más conveniente para nuestra vida espiritual. Cierto que será un gran obstáculo, pero si lo superamos estaremos mucho más cerca de la meta.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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