Queridos Hermanos:
El tercer domingo de Adviento tiene un nombre propio: “Gaudete”. Significa “Alegrense” y por eso hoy se enciende la vela rosada de la corona de adviento y muchos sacerdotes visten una casulla del mismo color para celebrar la Misa. Si se fijaron con atención en la primera y segunda lectura nos invitaban a la alegría y nos daban las razones para estar felices. Como salmo responsorial hemos rezado el “Magnificat”, que es el canto de Santa María que exulta de gozo en Dios. Y en el Evangelio San Juan Bautista nos recuerda que él es la voz de uno a quien no merece desatarle la sandalia, es decir del prometido, del esperado de los tiempos, el Salvador que viene trayendo la alegría de la liberación.
Hemos recordado que el Adviento nos prepara para la segunda venida de Cristo, para el día en que todos resucitaremos, el día en que se instaurará su Reino definitivamente. Por eso repetimos “Ven Señor Jesús”. Pero quizás para algunos sea un poco tétrico pensar en el día del Juicio Final, les parecerá algo de lo que mejor no hay que hablar, porque “no vende”. Mejor sería quedarnos con los villancicos y las luces del arbolito de Navidad. Pero el problema es que si no profundizamos en el mensaje del Adviento, nuestra alegría navideña no tendrá un fundamento trascendental.
Antes que Cristo viniera al mundo nuestra esperanza era sólo que viniese, puesto que sólo Él podría rescatar a la humanidad del pecado y de la muerte. Celebraremos por eso en pocos días su primera venida. Sin embargo ahora nuestra esperanza es que regrese a renovar la tierra, a hacer nuevas todas las cosas y eso ocurrirá en su segunda venida. Recordar que vino la primera vez nos alienta porque sabemos que así como se cumplió aquella primera promesa, también se cumplirá la segunda.
Nuestra alegría se fundamenta en esa esperanza cierta. Cada vez que nos confesamos y recibimos su perdón, cada vez que lo recibimos en la Eucaristía, cada vez que lo vemos y servimos en el hermano, renovamos esa esperanza que nos hace vivir felices, con el gozo de quien se sabe amado por Dios.
Isaías, San Pablo, San Juan Bautista y la Virgen nos quieren contagiar la alegría que experimentaron en Dios y que viven ahora plenamente en el Paraíso. De cada uno depende el hacer la misma experiencia, Dios no se hace negar. Basta buscarlo ahí donde está siempre, en el Sagrario. ¡Alégrense!
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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