Queridos Hermanos:
Contemplar el anuncio del Ángel a María es como mirar por una ventana el interior del más grande de los misterios: Dios que se hace hombre. Pero ese grandísimo milagro se hizo realidad gracias al sí de una muchacha israelita, que tenía clara su identidad de esclava del Señor.
Dios, siempre delicado, no impone sino que propone a la que había elegido como madre de su Hijo la misión de darle un cuerpo, de nutrirlo y educarlo. Una vez más, quizás la más impresionante de todas, podemos palpar la infinita confianza que Dios deposita en los hombres. María no decepciona al Señor y acepta generosa y con alegría la llamada a la maternidad divina.
Pero ella también comprendía que se ponía en peligro. Si José la denunciaba podría perder la vida lapidada. Pero más pudo su obediencia, su amor y su fe, que el temor a morir. Así lo haría también su Hijo cuando cerca de su pasión sintió temor, al punto de pedirle al Padre que apartara de Él ese cáliz amargo. Pero al final y aún en medio de la angustia que le hacía sudar gotas como de sangre, afirmó que haría la voluntad del Padre y no la suya.
La voluntad de Dios es perfecta, porque Él es perfecto. Su voluntad es que todos los hombres se salven, que sean felices en ésta vida y sobre todo en la eterna. Pero eso no significa que todo será “color de rosa”. María vivió feliz porque sabía que cumplía la voluntad de Dios, pero una espada le atravesó el alma. No fue exonerada del dolor, como tampoco Jesús. Nuestra felicidad no será nunca la que pintan los cuentos de hadas, sino la auténtica felicidad, la del gozo de saberse amado y en comunión con Dios.
Nuestra voluntad nunca será perfecta. Nuestra naturaleza humana es egoísta y caprichosa, influenciada por el pecado. De ahí que no sea recomendable hacerla prevalecer sobre la voluntad de Dios. Quien sigue el plan que se elaboró no quedará nunca satisfecho, mientras quien cumple el plan de Dios se realizará en todo sentido.
Que éstos días de la novena nos ayuden a descubrir lo que Dios espera de nosotros y a poner en marcha su plan, sólo así seremos todos felices.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes
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