"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

sábado, 31 de diciembre de 2011

De la tierra al Cielo LXIV - Volver a empezar

Pensando en el nuevo año que iniciamos me venía el recuerdo de una película del viejo oeste norteamericano. Casi al final mostraban una carrera de colonos por medio de la cual cada quien se apropiaba de un lote de terreno donde construir su casa. Entre ellos destacaba una pareja de avanzada edad, que habían vendido sus propiedades y habían decidido emprender la aventura en nuevas tierras. Cuando el preguntaron al señor por qué lo hacía dijo: “Porque volver a empezar me hace sentirme vivo”.

Creo que son palabras como para reflexionar. Cuántas veces cuando tenemos que recomenzar nos sentimos desanimados. Volver al inicio nos parece un fracaso y nos puede causar incluso frustración. Sin embargo y por más que queramos evitarlo, muchas veces tendremos que hacer la experiencia de “borrón y cuenta nueva”, y si nos es borrón al menos si cuaderno nuevo.

Me pongo a pensar cuántas cosas nos traerá el 2012 y la verdad es que mi imaginación vuela. Podemos soñar y proyectar, planificando el futuro cercano, aunque bien sabemos que “el hombre propone y Dios dispone”. Aún así confiamos en su divina providencia y caminamos en la esperanza.

Quizás más que esperar que el año que comenzamos sea mejor, lo que tendríamos que desear es ser nosotros mejores. Hay cosas que no dependen de nosotros y que sólo podemos aceptarlas según van llegando. Pero aquello que si depende de nosotros, es decir, nuestra personalidad, nuestra vida interior, nuestras actitudes y decisiones, todo eso lo podemos ir mejorando.

Recuerdo que una gran amiga mi enseñó a orar por la juventud futura. Creo que lo primero que debemos hacer es orar por éste año nuevo y todo lo que nos traerá. Quizás así podremos lanzarnos con alegría en la aventura de volver a empezar.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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jueves, 29 de diciembre de 2011

Sin Pelos en la Lengua - La lección de San Esteban

Hace muchos años me enseñaron que cuando uno le pide a Dios una virtud (en mi caso la paciencia), no te da la virtud como algo que se puede recibir instantáneamente, sino que te brinda las oportunidades necesarias para poder adquirir esa virtud. Creo que todos tenemos claro que Dios es Padre, pero no es paternalista y además es el mejor de los maestros. Y de ahí tendríamos que partir cuando nos pone un verdadero desafío.

Sabemos bien que toda “la ley y los profetas” se compendian en un solo mandamiento: el del amor. Amar a Dios no debería ser una tarea difícil, puesto que es el más amable de todos. Amar al prójimo como a uno mismo es ya harina de otro costal, porque no siempre nos es tan fácil. Y si pensamos que debemos también amar a nuestros enemigos, la cosa se pone color de hormiga.

¿Pero quién es nuestro enemigo? De seguro pasarán por nuestra vida personas que nos hagan daño, pero que no son ni serán parte de la misma. El verdadero problema se produce cuando hablamos de quienes amábamos, quienes siendo parte importante de nuestra existencia un día cometieron el error de hacernos sufrir. Esos son los que reconocemos como enemigos.

Amar a quien nos ha hecho daño, quien ha sido la causa de un gran sufrimiento, es un desafío bastante grande. De ahí que sea también una extraordinaria oportunidad para adelantar en la virtud más importante: la caridad.

Hace pocos días hemos celebrado la fiesta de San Esteban, distinguido por su fe inquebrantable, tanto como para convertirse en el primer mártir. Pero junto al testimonio de su fe nos ha dejado el de su caridad. Al mismo tiempo que le llovían las piedras, oraba a Dios pidiendo el perdón de sus verdugos. Y en semejantes circunstancias no podemos pensar que fuese algo fingido. Y es que el perdón es la principal manifestación de amor a un enemigo.

Cuando Cristo nos manda amar a nuestros enemigos es precisamente porque sabe que es lo más conveniente para nuestra vida espiritual. Cierto que será un gran obstáculo, pero si lo superamos estaremos mucho más cerca de la meta.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
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martes, 27 de diciembre de 2011

De la tierra al Cielo LXIII - El Castillo de Herodes

Un sacerdote anciano, mientras contemplábamos un hermoso Pesebre, me hizo una interesante observación. “Ya no ponen el castillo de Herodes” afirmó. A mi me tomó por sorpresa porque nunca se me había ocurrido que tal elemento fuera parte de un cuadro tan idílico como el del Nacimiento. Pero resulta que haciendo luego un poco de investigación entre la gente mayor, he confirmado que era una costumbre antigua el incluir dentro del cuadro también el castillo del Rey Herodes.

Parecería un antagonismo darle parte en la fiesta a quien quería matar al Niño, al culpable de que la Sagrada Familia tuviese que huir a Egipto. Sin embargo hay algo que no podemos dejar de lado y es que Jesús no vino a pasar unas vacaciones, sino a dar su vida para redimirnos. El castillo representa la oposición que durante toda su vida tendría que padecer el Mesías. Ese castillo representa el mal que sigue haciendo estragos en el mundo, el pecado que cada uno de nosotros comete y que, al fin y al cabo, es lo que llevó a Cristo a encarnarse.

Nuestra “blanca Navidad” tiene, por lo tanto, una mancha, una sombra. La misma marca que selló la vida de nuestros primeros padres en el jardín del Edén. Pretender que no existe es fácil pero ilusorio. 

Ser discípulo de Cristo nunca ha sido ni será una vida color de rosa. Él mismo nos ha ofrecido el ciento por uno en persecuciones y además nos aseguró que el discípulo no es más que su Maestro. Siendo Él leño verde lo trataron como lo trataron, qué será de nosotros que somos leño seco. Pero ese es el único camino si estamos dispuestos a tomarnos en serio nuestra vida cristiana, si de verdad queremos seguirlo.

Creo que sería recomendable comenzar a poner el castillo de Herodes en nuestros nacimientos, quizás así recordaremos que el Niño de Belén es el mismo Crucificado del Calvario, el mismo que a diario podemos recibir en el Pan de la Eucaristía. No podemos olvidar que mientras esperamos el Día de la Cosecha, el trigo y la cizaña deben crecer juntos.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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lunes, 26 de diciembre de 2011

Reflexionando el Evangelio: Sentirse amado - Solemnidad de la Natividad del Señor

Queridos Hermanos:

Nuestras celebraciones navideñas se han convertido en celebraciones muy poco centradas en lo espiritual, parece que el aspecto religioso ha pasado a segundo plano. El Evangelio nos recuerda el verdadero motivo de la alegría y la paz, que no tiene relación directa no con los regalos, ni con la cena, ni con el bendito Papá Noel. Y es del nacimiento de Cristo, de la encarnación del Verbo, de Dios que se hace hombre para redimirnos, que surge la felicidad cristiana.

Pero si la fiesta sigue teniendo como motivo el nacimiento del Niño Dios, habría que cuestionarse por qué para muchos ha perdido significado. En mi opinión hay una sola razón y es no sentirse amado. Porque todos comprendemos, más o menos, que Dios nos ama y que ha sido por amor que se ha encarnado y ha nacido en Belén. Pero no todos hemos sentido ese amor, no todos hemos hecho la experiencia del amor de Dios.

Una persona que se siente amada se distingue claramente. Transmite una alegría serena y no se derrumba ante las dificultades. Mantiene un optimismo, característico de quienes confían en la Providencia, de quienes se saben guiados por una mano invisible. Pero sobre todo son personas que aman y son, por lo tanto, fáciles de amar.

Quien, en cambio, no se siente amado, lleva una vida gris. Transmite amargura y muchas veces inclusive desesperación. Experimenta un vacío constante, lo que le hace estar siempre intranquila, buscando algo para llenarse. Y la Navidad, con su oferta de paz y amor le resulta muy atractiva. El problema es que se enredan en lo externo y siguen ignorando que es lo espiritual lo que hace la diferencia.

Dios nos ama y de eso no cabe duda, pero tenemos que abrir nuestro corazón para poder experimentar su amor. El tiempo de Navidad nos brinda muchas oportunidades. La alegría de la liturgia nos ayuda a revivir los días de la infancia y a recordar lo aprendido en el catecismo. La contemplación del pesebre, que es mucho más que un lindo adorno, nos ayudará a recordar la prueba del amor de un Dios que se hizo Niño, basta darle el tiempo necesario a la meditación de tan gran regalo. Una confesión bien hecha, con verdadero dolor de nuestros pecados, nos hará experimentar el perdón de Dios, y sabemos bien que quien perdona, ama. Y sobre todo, la comunión eucarística. Recibir al mismo Dios que no conforme con hacerse hombre, quiso también hacerse Pan. Todos caminos seguros para sentirnos amados por Él.

No es suficiente con renunciar a los regalos o al banquete, quizás no sea ni siquiera necesario. Lo que urge es recorrer el sendero que nuestra Madre la Iglesia siempre nos propone y que millones a lo largo de la historia han recorrido y siempre con el mismo fruto: una vida feliz.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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jueves, 22 de diciembre de 2011

La historia de la Campaña "Abrazos Gratis"

Abrazos Gratis es un movimiento de carácter internacional que consiste en ofrecer abrazos a desconocidos con el afán de regalar afecto, en un mundo globalizado donde reina la desconfianza, los prejuicios y los problemas.

En el año 2004, Juan Mann (seudónimo cuya fonética coincide con One Man, "un hombre") regresa a Australia, su país natal. Una vez allí, el sentimiento de soledad comienza a invadirlo, sus padres acababan de divorciarse, se había separado de su prometida y su abuela había fallecido.

Para animarse decide ir a una fiesta, donde una desconocida le regala un abrazo, "Me sentí como un rey, fue lo mejor que me ha pasado nunca", así describiría ese momento tiempo después, en una de las pocas entrevistas que hay de este personaje. Con ese sentimiento, un 30 de junio, decide salir a repartir abrazos a la gente que transitaba por Pitt Mall Street en Sídney.

Así fue como conoció a Shimon Moore, quien grabó al protagonista abrazando y el intento frustrado de la policía de prohibir los abrazos gratis. Precisamente, sería ese video alojado en YouTube, el que llevaría una simple actitud a transformarse en todo un movimiento a nivel mundial, conocido como Free Hugs Campaign o Abrazos Gratis entre los hispanohablantes.

A partir de 2006, el movimiento se logra expandir alrededor del mundo gracias a personas que, motivadas por el vídeo original, deciden lanzarse a las calles a repartir afecto, y posteriormente, gracias al boca a boca originado por estas espontáneas acciones.

Actualmente, el movimiento continúa por todo el mundo, y en YouTube se alojan centenares de vídeos creados por los abrazadores que simplemente pretenden compartir sus experiencias con más gente.


miércoles, 21 de diciembre de 2011

De la tierra al Cielo LXII - Abrazo de letras

Hasta ahora hemos hablado de los tipos de abrazos “en vivo y en directo”, pero hoy quisiera hablar de un tipo de abrazo que se puede dar a la distancia. Lo llamaremos “abrazo de letras”. 

No cabe duda de que una de las formas más delicadas de comunicar emociones y sentimientos son las palabras. Éstas sirven como conductor, como expresión no física del afecto. Y son capaces de dejar huellas imborrables, tanto positivas como negativas. Las palabras pueden abrir heridas y también cerrarlas, construir y destruir vínculos.

Cuando esas palabras no se pueden decir a viva voz porque existe alguna razón que lo impida, se ponen por escrito. Durante siglos las cartas han sido instrumento para entrelazar destinos y cultivar relaciones aún a grandes distancias. Y además las palabras escritas tienen una gran ventaja sobre las dichas a viva voz y es que las primeras se pueden releer las veces que uno quiera y conservarlas para toda la vida. Es conmovedor el revivir una emoción antigua al volver a leer una carta recibida mucho tiempo atrás.

Hoy en día los nuevos medios de comunicación nos permiten llegar con nuestras letras a todas partes del mundo y en de forma inmediata. La era digital a través de internet nos ofrece un campo vastísimo de instrumentos para comunicarnos, haciendo posible que “abracemos” a tantos.

Si queremos ser fieles a nuestro compromiso de abrazar siempre y no desperdiciar ninguna oportunidad de hacerlo, hemos de aprovechar también ésta. Abrazar con las letras es traducir lo que nos une a nuestros seres queridos en palabras y ponerlas por escrito. Basta que sea auténtico, que sea tuyo, para que quien lo recibe lo sepa valorar.

Abracemos sin cansarnos, que sea ésta nuestra revolución. Sabemos que Dios es Amor y que siendo nosotros sus hijos hemos de transmitir ese amor con hechos y palabras. No digo que el abrazo sea la panacea, pero estoy convencido que es uno de los mejores puentes entre los hombres, un puente por el que podemos hacer llegar la Palabra de Dios. Y que mejor prueba de amor que ayudar a todos a acercarse a Jesús.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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lunes, 19 de diciembre de 2011

Reflexionando el Evangelio: Hágase en mi - Cuarto Domingo de Adviento

Queridos Hermanos:

Contemplar el anuncio del Ángel a María es como mirar por una ventana el interior del más grande de los misterios: Dios que se hace hombre. Pero ese grandísimo milagro se hizo realidad gracias al sí de una muchacha israelita, que tenía clara su identidad de esclava del Señor.

Dios, siempre delicado, no impone sino que propone a la que había elegido como madre de su Hijo la misión de darle un cuerpo, de nutrirlo y educarlo. Una vez más, quizás la más impresionante de todas, podemos palpar la infinita confianza que Dios deposita en los hombres. María no decepciona al Señor y acepta generosa y con alegría la llamada a la maternidad divina.

Pero ella también comprendía que se ponía en peligro. Si José la denunciaba podría perder la vida lapidada. Pero más pudo su obediencia, su amor y su fe, que el temor a morir. Así lo haría también su Hijo cuando cerca de su pasión sintió temor, al punto de pedirle al Padre que apartara de Él ese cáliz amargo. Pero al final y aún en medio de la angustia que le hacía sudar gotas como de sangre, afirmó que haría la voluntad del Padre y no la suya.

La voluntad de Dios es perfecta, porque Él es perfecto. Su voluntad es que todos los hombres se salven, que sean felices en ésta vida y sobre todo en la eterna. Pero eso no significa que todo será “color de rosa”. María vivió feliz porque sabía que cumplía la voluntad de Dios, pero una espada le atravesó el alma. No fue exonerada del dolor, como tampoco Jesús. Nuestra felicidad no será nunca la que pintan los cuentos de hadas, sino la auténtica felicidad, la del gozo de saberse amado y en comunión con Dios.

Nuestra voluntad nunca será perfecta. Nuestra naturaleza humana es egoísta y caprichosa, influenciada por el pecado. De ahí que no sea recomendable hacerla prevalecer sobre la voluntad de Dios. Quien sigue el plan que se elaboró no quedará nunca satisfecho, mientras quien cumple el plan de Dios se realizará en todo sentido.

Que éstos días de la novena nos ayuden a descubrir lo que Dios espera de nosotros y a poner en marcha su plan, sólo así seremos todos felices.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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jueves, 15 de diciembre de 2011

Sin Pelos en la Lengua - A Dios rogando ...

Los católicos que nos decimos practicantes y que procuramos participar activamente en la Iglesia tenemos ciertos pedidos que repetimos con frecuencia. En la oración común repetimos muy seguido dos peticiones importantes: pedimos por la conversión del mundo y pedimos por las vocaciones sacerdotales. Ciertamente siendo el objetivo esencial de la Iglesia la salvación de las almas, no podemos dejar de orar por la conversión de todos. Y pretender que esa conversión llegue a ser realidad sin la intervención de los sacerdotes, administradores de los sacramentos, es impensable.

Sin embargo hay un dicho muy repetido que dice: “A Dios rogando y con el mazo dando” que creo nos ayudará a revisar el “còmo” de nuestra oración. Porque es cierto que hemos de orar siempre, pero también es cierto que nuestra oración además de constante debe de ser sincera y acompañada de la coherencia entre lo que pedimos y lo que somos.

Nos puede pasar que, como decía al principio siendo católicos practicantes, nos parezca que nos tenemos que preocupar de la conversión de los demás y nos descuidemos de la nuestra. Sería sincero orar para que otros se conviertan mientras yo hace rato que me siento muy conforme y pagado de mi mismo. Tengo que recordar que cuando rezo por la conversión de los pecadores yo estoy incluido dentro del conjunto. Por supuesto que debo rezar porque toda la humanidad viva en comunión con Dios, pero mientras estoy luchando en una conversión personal constante.

Se dice que San Juan Bosco tuvo una visión que le permitió conocer que de los jóvenes que Dios llama al sacerdocio, sólo el 10% responde a la llamada. Todos hemos de obedecer al mandato del Señor “Oren al dueño de la mies que envíe obreros a sus campos” y de ahí que sea una constante en nuestras comunidades la oración por las vocaciones. En realidad lo que pedimos no es que Dios llame a más jóvenes, puesto que Dios llama a todos los que son necesarios. Lo que pedimos es que los llamados sean generosos y dóciles a la llamada. Y una vez más nos tendríamos que cuestionar porque podemos pedir que otros sean generosos y dóciles a la voluntad de Dios si nosotros no lo estamos siendo. Porque Dios nos manifiesta su voluntad todos los días y hay que ver que muchas veces nos hacemos los sordos.

Creo que el principio queda muy claro: no es coherente pedir que los demás hagan aquello que yo no me esfuerzo por hacer. Sigamos rogando al Señor y al mismo tiempo procuremos aprovechar las gracias que nos brinda cada día. Seguro que así nuestra oración será más digna y fecunda.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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martes, 13 de diciembre de 2011

De la tierra al Cielo LXI - Disfrutar del perdòn

Me encantan los perros, son excelentes compañeros. Creo que no lo pueden pasar peor que cuando se los deja atados. Me parece que todos hemos podido ver alguna vez cómo reacciona un perrito que luego de pasar el día encadenado tiene la suerte de que su dueño lo suelte. Es como que explota de energia, corre en círculos, salta y ladrá con fuerza, pero sobre todo agradece al patrón. Creo que si pudieran reír lo harían a carcajadas.

Quizás la comparación pueda parecer un poco forzada, pero creo que es justa. Quien ha hecho la experiencia del perdón me dará la razón. Cargar con nuestras culpas es demasiado pesado, es una cadena que nos impide vivir, nos quita la alegría, nos impide la libertad. Cuando somos perdonados, somos literalmente liberados de esas cadenas. Es un cambio raidcal que lo podemos palpar desde dentro. Es una alegría empapada de paz que inunda cada rincón de nuestro ser y que nos mueve a amar. Y es así como empieza el círculo virtuoso puesto que quien ha hecho una experiencia semejante alienta a otros a hacerla también.

No creo que haya un lugar más propicio para vivir esa sensación que en el confesionario. Arrodillarte cargado de miserias, con la tristeza y la verguenza del penitente, para levantarte con la paz del perdón, la alegría de la amistad recuperada, la salud que produce la gracia, no ya como un penitente sino como hijo amado. Esa es la "magia" que nos regala Cristo misericordioso a través del sacramento de la reconciliación, que además está a nuestro alcance cada vez que lo queramos recibir, basta el sincero arrepentimiento.

Nadie tiene porque vivir encadenado si no quiere. Así de triste como un perrito inmovilizado por una soga, es la imagen de un hijo de Dios reducido a la mínima expresión por culpa de sus culpas. Que distinta es la libertad que nos da la gracia, el perdón de quien aún clavado en la Cruz perdonaba a sus verdugos. No dejes de vivir la experiencia de la confesión, no te quites la libertad.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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domingo, 11 de diciembre de 2011

Reflexionando el Evangelio: ¡Alégrense! - Tercer Domingo de Adviento

Queridos Hermanos:

El tercer domingo de Adviento tiene un nombre propio: “Gaudete”. Significa “Alegrense” y por eso hoy se enciende la vela rosada de la corona de adviento y muchos sacerdotes visten una casulla del mismo color para celebrar la Misa. Si se fijaron con atención en la primera y segunda lectura nos invitaban a la alegría y nos daban las razones para estar felices. Como salmo responsorial hemos rezado el “Magnificat”, que es el canto de Santa María que exulta de gozo en Dios. Y en el Evangelio San Juan Bautista nos recuerda que él es la voz de uno a quien no merece desatarle la sandalia, es decir del prometido, del esperado de los tiempos, el Salvador que viene trayendo la alegría de la liberación.

Hemos recordado que el Adviento nos prepara para la segunda venida de Cristo, para el día en que todos resucitaremos, el día en que se instaurará su Reino definitivamente. Por eso repetimos “Ven Señor Jesús”. Pero quizás para algunos sea un poco tétrico pensar en el día del Juicio Final, les parecerá algo de lo que mejor no hay que hablar, porque “no vende”. Mejor sería quedarnos con los villancicos y las luces del arbolito de Navidad. Pero el problema es que si no profundizamos en el mensaje del Adviento, nuestra alegría navideña no tendrá un fundamento trascendental.

Antes que Cristo viniera al mundo nuestra esperanza era sólo que viniese, puesto que sólo Él podría rescatar a la humanidad del pecado y de la muerte. Celebraremos por eso en pocos días su primera venida. Sin embargo ahora nuestra esperanza es que regrese a renovar la tierra, a hacer nuevas todas las cosas y eso ocurrirá en su segunda venida. Recordar que vino la primera vez nos alienta porque sabemos que así como se cumplió aquella primera promesa, también se cumplirá la segunda.

Nuestra alegría se fundamenta en esa esperanza cierta. Cada vez que nos confesamos y recibimos su perdón, cada vez que lo recibimos en la Eucaristía, cada vez que lo vemos y servimos en el hermano, renovamos esa esperanza que nos hace vivir felices, con el gozo de quien se sabe amado por Dios.

Isaías, San Pablo, San Juan Bautista y la Virgen nos quieren contagiar la alegría que experimentaron en Dios y que viven ahora plenamente en el Paraíso. De cada uno depende el hacer la misma experiencia, Dios no se hace negar. Basta buscarlo ahí donde está siempre, en el Sagrario. ¡Alégrense!
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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Llevo el nombre de un beato sacerdote y extraordinario catequista:

Les presento a mi patrono, también un apasionado de la catequesis. Aunque oficialmente su fiesta se celebra el 15 de abril, en Italia la celebran el 10 de diciembre. Así que espero me tengan presente el próximo abril, acepto felicitaciones y regalos también.

 Beato César de Bus
Presbítero y Fundador
de la Congregación de los Padres de la Doctrina Cristiana
Patrono de los catequistas

Martirologio Romano: En Aviñón, de la Provenza, en Francia, beato César de Bus, presbítero, que, tras haberse convertido de la vida mundana, se entregó por entero a la predicación y a la catequesis, y fundó la Congregación de los Padres de la Doctrina Cristiana, para que diese gloria a Dios con la instrucción de los fieles (1607). 

Fecha de beatificación: 27 de abril de 1975 (año de mi nacimiento)  por el Papa Pablo VI.

Nació en Cavillón, Francia, el 3 de Febrero de 1544. Sus padres emigrantes italianos pertenecían a la corte de Carlos III, por lo que César se vio involucrado en ese mundo de frivolidades.

Ingresó a la milicia y destacó como poeta. Sin embargo, un día experimentó una visión de la Virgen María. A partir de entonces atendió los consejos del sacerdote jesuita Pierre Péquet y los ruegos de su amiga Antoniette, quien, por ser analfabeta, le pedía le leyera las vidas de los santos; así tuvo lugar su transformación.

Ingresó al seminario y se ordenó sacerdote. El obispo observó sus cualidades y le encargó dirigir la catequesis en Aixen-Provence, una zona involucrada en serios conflictos y guerras religiosas. Admirador de san Carlos Borromeo, trató de seguir su ejemplo en la enseñanza del catecismo, y logró que cientos de pequeños asistieran a la doctrina y practicaran lo aprendido.

Con otros sacerdotes fundó los Padres de la Doctrina Cristiana (Doctrinarios o Doctrinarios de Aviñón), cuya aprobación fue concedida por Clemente VIII (1592-1605) en 1597, y la orden femenina de las Ursulinas de la Provenza. Su obra influyó en grandes educadores catequistas, como san Juan Bautista de La Salle y san Marcelino Champagnat.

Su obra fue arrasada por la Revolución francesa, pero ya tenía fama en Italia y Brasil.

Murió el 15 de Abril de 1607, Domingo de Pascua, en Aviñón, Francia, admirado por su entrega a los pequeños y devoción.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Sin Pelos en la Lengua - ¡Ven Señor Jesús! ... mientras tanto voy yo!!!

Durante 2000 años los cristianos de todo el mundo hemos repetido la oración “Ven Señor Jesús” para manifestar el deseo que tenemos de que el Salvador vuelva en gloria. Sabemos que ese día comenzará una nueva era, se instaurará el Reino de Dios y se harán nuevas todas las cosas. No habrá más muerte, ni dolor, ni sufrimiento, ni pecado. Luego de resucitar, viviremos eternamente felices, junto a Dios y a nuestros seres amados. Sabemos que vendrá pero no sabemos cuando.

Para muchos esto se ha convertido en un factor de preocupación y de predicciones. Creo que todos tenemos frescas en la memoria imágenes de lo ocurrido por la llegada del año 2000. Pero han pasado casi doce años desde entonces y aún seguimos esperando y repitiendo “Ven Señor Jesús”. Será que no hay nada más que hacer?

Pues yo creo que si Jesús no viene, habrá que ir a su encuentro. Y es que la espera cristiana no puede ser pasiva. Estar con Cristo se puede ya en esta era y lo podemos hacer de dos maneras básicamente.

Quien quiera ir a Cristo basta que busque el Sagrario más cercano. Sabemos que ahí está Cristo presente y tantas veces abandonado. En su primera venida decidió que se quedaría hecho Pan Eucarístico para alimentarnos y acompañarnos. Mientras esperamos que regrese en gloria, hemos de ir a El en sus Sagrarios.

La consecuencia lógica de este ir a Cristo Eucaristía es que vayamos a El en los hermanos. Siendo todos parte del Cuerpo Místico de Cristo, lo podemos encontrar en todas las personas y en nosotros mismos. No siempre es fácil ver a Jesús en el prójimo, pero no podemos dudar de que está ahí presente.

Antes de pensar en Navidad, debemos pensar en cuán cerca estamos de Jesús. Mientras esperamos que El venga a renovar la faz de la tierra, nosotros vamos a El. No hay nada más reconfortante que saber que, aunque estamos esperando algo que nuestros antepasados también esperaban y aún no llega, basta con tomar la iniciativa para vivir la experiencia por adelantado, aunque sea sólo en parte. Porque vendrá, pero ya está entre nosotros.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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martes, 6 de diciembre de 2011

De la tierra al Cielo LXI - Tiempo de aplicarse

Se acerca el tiempo de exámenes y se nota la tensión en cada estudiante. No puede ser de otra manera cuando uno se siente presionado por el deber de dar razón de los conocimientos adquiridos, hora de rendir cuentas a maestros y padres de familia. Y es que nadie quiere quedarse de año, ni tampoco quedar mal delante de los demás. Ante semejante situación sólo queda un camino: aplicarse al estudio.

De las experiencias estudiantiles e incluso profesionales más estresantes hemos de subrayar el momento del examen. Son muchos los factores, pero quizás el mayor sería la posibilidad de perder. Perder al año, perder la oportunidad de trabajo, perder la buena opinión que los demás tienen de uno (ganada con tanto esfuerzo). Todo eso sumado nos hace temer el tiempo de evaluación y nos obliga a un esfuerzo mayor, sobre todo previo a rendir examen.

Todo esto me lleva a pensar en el más trascendental de los exámenes, aquel que tendremos que dar ante el mismo Dios. El día del juicio nos tocará rendir cuentas de lo aprendido en nuestra vida, de nuestro aprovechamiento. Y es que, así como el tiempo de estudios, el tiempo de vida tiene un límite luego del cual tendremos que demostrar lo aprendido, en la teoría y en la práctica.

El tiempo de adviento se asemeja al período previo a los exámenes. La Iglesia nos pide que nos apliquemos al estudio, al autoexamen, recordándonos que Cristo volverá para juzgarnos a todos. Cierto que así como los buenos estudiantes estudian todo el año y no sólo los días antes de los exámenes, los buenos cristianos están siempre preparados para dar cuentas de su vida. Pero como no todos son tan buenos alumnos, es necesario recordar a los más flojos que hay que aplicarse. Ojalá nos sintamos todos aludidos y no dejemos pasar sin fruto estos días previos a la Navidad. Porque cuando se trata del plano espiritual no hay posibilidad de exámenes supletorios.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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domingo, 4 de diciembre de 2011

Reflexionando el Evangelio: Quien ama pide perdón - Segundo Domingo de Adviento

Queridos Hermanos:

Dicen que perdonar es divino y no se equivocan. Sólo Dios es infinitamente misericordioso y está siempre dispuesto a perdonar. Sin embargo también nosotros, siendo sus hijos, estamos llamados a entrar dentro del misterio del perdón. Parte esencial de nuestra vida espiritual es el aprender a dar y a pedir perdón.

En el Evangelio de hoy vemos cómo la predicación de Juan el Bautista mueve a los judíos no sólo a bautizarse, sino también a confesar públicamente sus pecados. Es decir que el signo del agua, no se quedaba en ellos sólo como un acto externo sino que representaba el deseo de recibir el perdón de Dios, de reconciliarse con Él. El pueblo de Dios tenía clara conciencia de haber ofendido al Señor y por eso no se hicieron esperar. Afirma San Marcos que toda Jerusalén iba al río a recibir el agua de manos del Precursor.

Pedir perdón es cosa seria y nos cuesta. Sin embargo hay que reconocer que nos cuesta más con unos que con otros. Cuando hemos ofendido a una persona que amamos, casi enseguida nos surge la necesidad de recibir su perdón. No nos sentimos bien sabiendo que nuestra relación ha quedado herida y nos urge reconciliarnos. Si lo mismo sucede con alguien que no nos es tan querido puede ser que esa necesidad de reconciliarnos surja más tarde. Quizás primero tengan que pasar algunos días para que nos nazca el arrepentimiento y nos lleve a pedir perdón. Ni se diga si lo mismo nos sucede con alguien que nos importa muy poco. En ese caso quizás no pidamos perdón, no tengamos remordimiento.

Y entonces la pregunta que hoy debemos respondernos es cuánto tiempo necesitamos para arrepentirnos cuando hemos ofendido a Dios. Puede sucedernos que pasemos semanas y hasta meses sin la gracia de Dios y sin sentir dolor por nuestros pecados. Si es así habrá que pensar que amamos muy poco a Dios. Un alma que tiene a Cristo como centro de sus afectos y pensamientos no resistirá estar alejada de Él. Después de haberlo ofendido sentirá la necesidad urgente de confesar su culpa y reconciliarse con Dios. Así como lo hicieron los judíos al oír la predicación de Juan que anunciaba la llegada del Mesías.

En este segundo domingo de Adviento hemos de examinar nuestro interior, medir la intensidad de nuestro amor a Dios. Nos bastará con el termómetro del dolor de nuestros pecados. Si nos falta ese arrepentimiento sincero, es que nos falta también el amor a Cristo. Y si nos falta el amor nos falta todo. Hemos de provechar éstos días para descubrir por qué aún no lo amamos como deberíamos, sólo así podremos poner los medios que hagan falta para hacer crecer nuestra comunión con Él.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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jueves, 1 de diciembre de 2011

De la tierra al Cielo LX - El eterno perdedor

No soy fanático de los juegos de mesa y la verdad es que quizás por eso cuando juego casi siempre me va muy mal. Sin embargo hace algunos meses las “Damas” me han regalado una lección que les quiero compartir. 

Se dice que cada persona es un mundo, afirmando justamente que somos irrepetibles, singulares y originales. Eso podría ser visto como una dificultad en el plano de las relaciones humanas, tanta heterogeneidad lógicamente tendría que obstaculizar el desarrollo de vínculos entre seres tan diversos. Sin embargo la experiencia confirma lo contrario. Quienes comprenden que los seres humanos no son robots y por lo tanto no somos uniformes, logran comunicarse y entablar buenas relaciones con muchos.

Sin embargo esas mismas diferencias nos hacen ver que no podemos llegar a todos de la misma manera. Cada persona tiene expectativas distintas y es muy difícil complacer a todos. De ahí que el principio esencial es que debemos ser siempre auténticos y sinceros, mostrarnos como realmente somos, dando lo mejor de nosotros mismos.

Como les decía al inicio, las “Damas” me recordaron éstas verdades. Me regalaron un amigo. Al principio me parecía poco probable poder hacerme amigo de aquel muchacho que sólo podía ver una vez a la semana, durante el almuerzo del sábado. Llegaba cuando la comida estaba sobre la mesa y se marchaba, casi sin hablar, una vez había terminado de comer. Hasta que un día vi que le regalaban un juego de “Damas”. Fue el momento en que mientras lo mostraba me invitó a jugar. Desde entonces y sin falta, cada sábado jugamos nuestro partido. Hasta ahora no he ganado ni una sola vez, el experto es él. Pero he ganado un amigo y eso vale la pena.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
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