"Que no haya nada en tí que no sea lo que de tí se espera" (San Juan María Vianney)

domingo, 31 de enero de 2010

Reflexionando el Evangelio - Domingo IV del Tiempo Ordinario



Queridos Hermanos:

Esta foto de Matìas, mi sobrino, expresa claramente la reacciòn que me produjo la reflexiòn del Evangelio de este domingo. Es que a nadie le cabe en la cabeza còmo toda esa gente, los amigos, vecinos y parientes de Jesùs pudieron querer asesinarlo.
Aparentemente todo iba bien al principio. Todos contentos porque Jesùs, que ya era conocido en todo Israel como un gran Maestro, regresaba a su pueblo. Como de costumbre asistió el sábado (dìa santo de los judíos) a la sinagoga y leyò la Palabra de Dios. Hasta ahì ninguna novedad. El problema es que aquella gente no estaba interesada en el mensaje de Jesùs, sino en los milagros. Es decir querìan “Show”, y como Jesùs no es un “showman”, se pegaron la decepción. Hasta ahì me parece comprensible. No estaban preparados para lo que Jesùs les traìa, sabemos que ni los Apòstoles comprendìan bien lo que su Maestro les explicaba. Pero de no comprender a sacarlo a empujones y proponerse acabar con su vida, hay una gran distancia. Me parece increíble que esta gente, que conocía a Jesùs de toda la vida, sus vecinos, sus amigos, sus parientes, no le tuviesen un poquito de amor. ¿Serà posible convivir tanto con alguien y no tenerle afecto, carinio, como para respetar su vida?
Quien fuè el primer rector de mi seminario, padre Juan Bravo, nos hacìa una vez una comparaciòn de los cristianos con las piedras del rìo. Decìa que estas piedras, que puede ser que tengan cientos de anios bajo el agua, que acumulan en su superficie lama y hasta algas, si las partes, por dentro están secas. Claro porque las piedras se mojan, pero no absorben. Y nos explicaba que también nosotros, aunque estábamos tan cerca de Jesùs, de los sacramentos, de las cosas de la Iglesia, podìamos estar empapados por fuera. Pero si todo eso no lo encarnábamos, no lo dejábamos entrar, no lo absorbíamos como esponjas, al final terminaríamos secos por dentro.
Por eso es que en la segunda lectura, San Pablo nos habla tan contundentemente de la caridad. Y aunque tuviésemos una fe como para mover un monte, sin caridad somos nada. Hoy Cristo nos recuerda que debemos alcanzar el amor de caridad, para con El y con nuestros hermanos. Que procuremos siempre estar cerca de El, pero como esponjas, no como piedras.
Hasta el Cielo.

P. Cèsar Piechestein
elcuradetodos… ustedes

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